Hará ya unos doce años, puede que algo más (no recuerdo con exactitud), comencé a darme cuenta de algunas cosas con respecto a mi alimentación. La visión que tengo hoy es completamente distinta a la de aquellos días y a todo lo que creí ir comprendiendo posteriormente y que iré exponiendo a continuación, es fruto de una evolución a lo largo del tiempo, basada en investigaciones, pruebas y observaciones sobre mí misma, cambios casi radicales en determinados momentos, y la lenta toma de consciencia sobre el “mundo” que nos rodea.
He de decir que siempre he sido de constitución más bien delgada, nunca he tenido que esforzarme demasiado por mantener un peso saludable, aunque casi todas las personas, en algún momento de nuestra vida, estamos algo disconformes con ciertas partes de nuestro cuerpo.
Comencé observando que cuando comía menos pan mi barriga se desinflaba, así que lo puse en práctica y en gran parte funcionó. Poco después, creo que a través de mi hermano Eli, me enteré de que la culpable podía ser la harina blanca de trigo, así que buscaba en el supermercado panes de tipo molde o tostado, que al menos incluyesen sólo harina de trigo integral (y no blanca) en conjunto con otras harinas como la de centeno, espelta, también semillas, etc., pero estos panes estaban también cargados de aditivos y conservantes entre otros, lo que pronto comenzó a preocuparme, y me llevó a buscar otras alternativas a través de herbolarios y panaderías en los que podía encargar panes a base de espelta o centeno. También comencé a sustituir la pasta, a la que era “adicta”, por otra a base de estos cereales.
Y así comenzó el interés por mi salud, con cambios que hoy me parecen casi insignificantes y que entonces no podía imaginar lo lejos que me llevarían.
Por aquellos tiempos llegó hasta a mí, creo que también a través de mi hermano (Eli estaba ya por aquel entonces a “años luz” en esto de la salud natural y alternativa a nivel personal, y gracias a él he descubierto muchísimas cosas ♥), el libro del Dr. Peter J. D’Adamo “Los grupos sanguíneos y la alimentación”, basado en las investigaciones de éste y su padre, el Dr. James D’Adamo, ambos médicos naturópatas, que establecieron un vínculo entre el grupo sanguíneo y la alimentación más adecuada, así como el tipo de ejercicio y otros aspectos, en relación a éste. Este tema me pareció tan interesante que decidí hacerme una prueba para conocer mi grupo (0) y a partir de ahí creí comprender el porqué de que determinados alimentos no siempre me sentasen demasiado bien. Creía tener la clave en la que basar mi alimentación a partir de ese momento, y he de decir que sí noté cambios significativos al hacerlo.
Otra cosa que tuve que replantearme por aquellos tiempos fue mi relación del todo inexistente con la práctica de ejercicio. En mi niñez experimenté con diferentes deportes, cada curso escolar probaba uno diferente, pero ninguno cuajó, así que llegó la adolescencia y me entregué a la “mala vida”, y no volví a tener contacto alguno con el deporte hasta entonces.
Así que después de ponerme muchas excusas, me apunté al gimnasio y a la piscina, y ahí, además de la gimnasia de tipo aeróbico y de mantenimiento – donde al principio estaba menos en forma que mis compañeras las sesentonas 😉 – descubrí también el Pilates, que no he dejado de practicar hasta hoy. Según asistía a estas actividades de estiramiento y movimiento, mis dolores de espalda, caderas, cervicales,… muy presentes desde edad bastante temprana, empezaron a remitir. No es que desapareciesen del todo, pero me di cuenta de que mi calidad de vida mejoraba si hacía ejercicio, y posteriormente, al dejarlo durante algunas temporadas, esto se vio confirmado.
Mi interés por seguir mejorando la manera de alimentarme me llevó a la compra de una panificadora con la que comencé a hacer mi propio pan. Buscaba recetas, probaba diferentes mezclas, y durante algún tiempo consumí encantada estos panes a base de harinas de espelta y centeno con levadura seca, hasta que también mi querido hermano me trajo al mundo de la masa madre. Así que tras conseguir elaborar mi propia masa y tras varios intentos de introducirla con buenos resultados en las recetas para panificadora, decidí ponerme manos a la obra con el amasado manual y el horno, y la verdad es que, a pesar del esfuerzo, mereció bastante la pena.
Otras informaciones de gran importancia me fueron llegando, como los perjudiciales efectos del azúcar blanco, y como también era “adicta” a la bollería y otras guarrerías, había comenzado a elaborar mis propios bizcochos sustituyendo harinas y azúcar blanco por las harinas mencionadas anteriormente y por panela (azúcar sin refinar elaborado a partir del jugo natural de la caña de azúcar), así como una mezcla “reactiva”de bicarbonato de sodio con zumo de limón en sustitución de la tradicional levadura química en polvo, que a saber qué peligros tenía también…
Con el tiempo fui sustituyendo otros “químicos” como la sal, dejé la convencional (otro veneno de la industria alimentaria) y la cambié por otras sales más naturales como la verdadera sal marina, o la sal rosa del Himalaya. También fue en aumento mi investigación sobre los ingredientes de los productos, por lo que dedicaba mucho más tiempo a hacer la compra, parándome en cada etiqueta, buscando cada “conservante” (E-XXX) y descartando, mal que me pesara, productos de los que había estado “disfrutando” durante demasiados años y que probablemente habían hecho en mí, ya muchos estragos.
Pero además de todo esto, me iba dando cuenta del poco servicio que me prestaba la medicina convencional, cada vez que tenía un malestar y acudía a la consulta de un médico, salía de allí con una ingrata sensación, pues o no me daban solución o me ofrecían “parches” que nunca me curarían y sólo ayudarían a “envenenarme” aún más. Hoy sé cuánto mal me han producido ciertos medicamentos, en combinación con la inadecuada alimentación, y otros tóxicos que nos atacan desde todos los flancos.
Así pues comenzó también mi inquietud por las maldades de la cosmética. Allá por aquel entonces, todavía era un “esclava” (a mi manera) de la imagen y la estética, por lo que utilizaba diariamente algunos productos de maquillaje, así como sérums, tónicos faciales, aguas micelares, acondicionadores, espumas y geles para el cabello, y un sinfín de productos que hoy considero del todo inservibles, y no sólo eso, totalmente perjudiciales. Qué simple me parece todo ahora; nos hacen pensar que necesitamos un montón de productos diferentes, y lo cierto es que “necesitamos” muy pocos o ninguno.
Comencé intentando sustituir casi todos esos productos por otros menos perjudiciales, como los catalogados de cosmética natural (que en ocasiones de natural sólo tiene el nombre). Después conseguí ir eliminando algunos. Y finalmente me decidí a elaborar muchos de ellos por mi cuenta. Más investigaciones, más recetas, y cada vez más “frikismo” ;), pero considero haberlo hecho bastante bien. Hoy utilizo muy pocos productos si lo comparo con el pasado, y además los elaboro yo misma: cremas, bálsamos y ungüentos, pastas de dientes, desodorantes, jabones, champús sólidos, y hasta algunos productos de limpieza.
Un primer paso de cambio en algo como la alimentación, te puede llevar a vivir de un modo totalmente diferente, te puede llevar a lo que nunca imaginaste, a replantearte toda tu vida y el cómo quieres vivirla, a comprender la poca importancia que tienen algunas cosas que siempre te habían mostrado como importantes (y que tú dabas por hecho sin dudar), a valorar otras que realmente sí lo son, aunque parecen no tener casi cabida en esta sociedad, y a interesarte por temas que no pensabas ni que pudieran existir. Para mí ha sido así de algún modo, mi vida no se parece en nada a la de aquellos días con los que comencé mi historia, y ahora, visto desde esta perspectiva, no podéis ni imaginar lo feliz y agradecida que me siento ☺.
Siguiendo con mi relato, os contaré que pasados varios años, en determinado momento de mi vida de total estrés por aquel entonces, mi organismo dijo ¡basta! y una mañana desperté con la cara más parecida a la de un monstruo que a la de una persona. En ese tiempo yo tenía dos o tres trabajos que compaginaba para poder mantenerme, a parte de una vida personal y emocionalmente bastante desequilibrada, todo esto se agravaba por una falta de descanso y también de ejercicio, descuidos en la alimentación (pues los fines de semana trabajaba en un restaurante, y a lo largo de aquellas intensas noches me comía lo que se me pusiese por delante), y abuso de un medicamento en concreto sin el que pensaba no podría vivir (mis menstruaciones eran tan dolorosas y abundantes que llevaba años en tratamiento con anticonceptivos orales para poder sobrellevarlas y que esto no afectase a mis “responsabilidades” laborales o de cualquier otro tipo). Aquella mañana no sólo me asusté por la imagen que el espejo reflejaba, sino también por el mensaje que probablemente mi cuerpo estaba enviándome; supe que algo no estaba bien, y era lo suficientemente alarmante como para no hacerle caso. Una especie de dermatitis “superlativa” me atormentó durante alrededor de una semana. Tenía la cara hinchada, roja, descamada, amanecía con los párpados inflamados, y el picor era tan insoportable que sólo quería arrancarme la cara… así que me pasaba el día untándome con aceite de caléndula y manteca de karité, que me ayudaban a ablandar las capas de piel “costrosa” y a eliminarla. Se podría decir que mudé la piel cual reptiliano ;).
Otra cosa que me sucedió en esa época fue sufrir varios episodios de prurito genital. Hubo momentos de experimentar picores casi insoportables que sólo era capaz de aliviar haciendo baños de asiento con infusión de caléndula y milenrama (creo recordar), y aplicación de aceite de coco, aunque pasadas unas horas volvían a torturarme. Me incapacitaban totalmente para ir a cualquier parte o cumplir con cualquier “responsabilidad”. A estos episodios le siguieron otros diferentes, también relacionados con la salud femenina, y que tras mis investigaciones pude clasificar como candidiasis vaginal.
A estas alturas estaba claro que algo no iba bien, mi cuerpo me enviaba demasiadas señales y por aquel entonces pensaba que la alimentación sería, probablemente, la causa más importante, así que decidí realizar unas pruebas de intolerancias alimentarias a través de una naturópata que ya había realizado estas pruebas, por biorresonancia, a varios miembros de mi familia hacía algunos años. Y salieron las intolerancias, claro que salieron, pero además, por los síntomas que yo había estado padeciendo y que le comenté a esta doctora, a través de estas pruebas pudo confirmarme la presencia de Dña. Cándida (que no es una señora muy buena).
Por supuesto eliminé los alimentos a los que era intolerante como el gluten, la leche, o algunas frutas y verduras, también otros elementos no alimenticios como el plumón (estaba durmiendo con mi peor enemigo me dijo esta mujer ¡jaja! y me compré un edredón de los sintéticos). Mi pan ya no me servía, así que otra vez a investigar la manera de elaborar un pan que pudiera comer, ¡cómo iba a dejarlo! (hoy por hoy no como pan), y al fin encontré refugio en el trigo sarraceno.
Los episodios de candidiasis vaginal se seguían sucediendo. Cada vez que sufría uno lo atajaba con probióticos vaginales, pero al cabo de un tiempo volvían, así una y otra vez, y comprendí (pues seguía investigando) que mi candidiasis no tenía origen vaginal si no, probablemente, intestinal, y que esto me estaba afectando a todos los niveles: digestivo, óseo, articular, psicológico, emocional, etc. También encontré informaciones acerca de la casi total inexistencia de esta enfermedad para la medicina convencional, así que como ya había decidido desde hacía bastante tiempo no seguir tratando con “esta gente”, seguí mi camino por libre.
Comparando numerosas dietas antifúngicas decidí eliminar los alimentos que todas ellas consideraban “prohibidos”, así como muchos que aparecían a veces en estas listas y por lo tanto catalogué como “dudosos”. Esto me llevó al cambio alimentario más grande que creí poder hacer jamás: casi de la noche a la mañana había eliminado casi todo tipo de harinas y cereales, legumbres, lácteos, azúcares y dulces de todo tipo, así como hongos y levaduras, frutas, muchas hortalizas, por supuesto patatas y solanáceas en general, todo tipo de carnes procesadas, embutidos y fiambres, grasas varias, y hasta vinos y cervezas… ¿y ahora qué como yo? ¿y qué voy a tomar cuando salga con los colegas?, ahora me río, pero fue bastante duro… Cuando dejas de comer tantas cosas, te das cuenta de la adicción que tenías a algunas de ellas, especialmente al azúcar y las harinas. No voy a decir que sea un camino fácil, porque no lo es, al principio sobre todo hay momentos de “mono”, de bajón psicológico, de casi sucumbir y romper ese pacto que habías hecho contigo misma, pero es posible, claro que lo es, yo lo hice y soy una de las personas más glotonas que conozco. ¿Por qué no ibas a poder hacerlo tú?
Eliminar alimentos de tu dieta tiene más cosas positivas, y es que a la desesperada buscarás otros posibles candidatos con los que sustituir a los anteriores. Y esto te llevará a ¡grandes descubrimientos!: por ejemplo alimentos que no sabías ni que existían, pero sobre todo a descubrir que puedes disfrutar comiendo cosas que antes no te gustaban. En mi caso las verduras fueron una de ellas, pues sólo comía algunas y creo que me sobraban dedos de una mano para enumerarlas. Además sólo me servían como acompañamiento de carnes, pescados o como yo decía, cosas con “chicha”, porque siempre he sido muy carnívora, y si no había proteína animal de por medio me parecía no haber comido (ahora sé por qué).
Como decía, efectivamente, el paladar se adapta a todo. Por alguna razón, en algún momento de nuestra vida se grabó en nuestro cerebro la información del que “la cebolla no nos gusta” (es sólo un ejemplo), y cada vez que sientes su sabor tu cerebro de lo recuerda con un “puah”, y o te la tragas intentando no saborearla o directamente la escupes, porque simplemente no puedes con ella. Quizá no deberías intentar empezar con los alimentos que menos te gustan, es decir, con aquellos que casi te repugnan; lo más apropiado será empezar a introducir aquellos que bah… ni fú ni fá, porque algo tendrás que comer, digo yo… así que manos a la obra. En muy pocas semanas me encontré disfrutando de riquísimas tostadas de pan de trigo sarraceno y aguacate con semillas de cáñamo y chía, preciosos platos de quinoa con calabacines y otras “verduras” a la plancha decoradas con pipas de calabaza y girasol*, brécol al vapor con delicioso pimentón de la Vera, y otras “maravillas culinarias”, todas ellas sazonadas con estupenda sal marina y rociadas con abundante aceite de oliva virgen extra (quizá demasiado abundante). Y es que otra cosa que tuve que hacer fue cambiar la manera en que cocinaba los alimentos, o más bien, casi dejar de cocinarlos… todo a la plancha, hervido, crudo, y poco más, pues esta era otra de las directrices de mi dieta antifúngica.
* Más adelante veremos cómo casi ninguno de estos alimentos forma parte de mi alimentación actual, ya llegaremos, ya…
A esta dieta “anticándida” hubo que sumar el consumo de suplementos probióticos, además de todo tipo de antifúngicos (de origen natural, por supuesto). Creo que los probé todos: ácido caprílico, lapacho, aceite de orégano, extracto de semillas de pomelo, fórmulas sinérgicas a base de varios de estos y otros componentes…, hasta que di con la trementina de resina de pino. Hubo un antes y un después de la trementina en mi evolución, éste fue uno de los tratamientos más efectivos en mi caso, aunque con el tiempo me daría cuenta de que era insuficiente, no por el efecto de la trementina en sí, sino porque en aquel momento, ni era consciente de que había más cosas que estaban mal en mi intestino, ni de que la dieta que llevaba, a pesar de ser una de las más recomendadas en “mi situación”, no era la más adecuada.
Junto con la información sobre la trementina para uso en candidiasis, encontré recomendaciones de la llamada dieta paleo. Me puse a leer sobre el tema y, como era de esperar en una carnívora de origen como yo, esta dieta resultó muy atractiva e interesante; pero la verdad es que según iba buscando y leyendo, también me encontraba con todo un “rollo” súper extendido y como muy de moda en el que al final, parecía que toda carne o grasa animal, por industrial que fuese, parecía servir para esta dieta. Encontré webs enteras dedicadas a la dieta y el estilo de vida paleo, muchas con la finalidad de hartarse a comer proteína animal y otras “cosas ricas” creo que hasta límites del todo excepcionales y sin remordimiento, espacios llenos de recetas de bollería con ingredientes más o menos “sanos” por sí mismos, pero de bollería al fin y al cabo, y visto lo que ya había visto y cambiado en mi alimentación, pensaba que en mí caso no hubiese resultado muy saludable recurrir a esos “dulces”. Además encontré mucha confusión entre ésta y la llamada dieta cetogénica, que aunque tiene ciertas similitudes con la paleo, resulta más “drástica” y se basa en otros principios.
Quiero aclarar que la dieta paleo verdadera, desarrollada por Loren Cordain en su libro “La dieta paleolítica”, parece bastante coherente. Está basada en la alimentación de nuestros ancestros, y creo que con matices, puede resultar bastante beneficiosa para algunas personas. También hay webs, así como otros autores, que promueven esta dieta con respeto a sus bases y que por tanto sí serían recomendables como fuente de información.
El caso es que pasaban los meses y veía que mejoraba, sí, lo hacía, pero el tiempo seguía pasando y nunca llegaba el final, Cándida seguía conmigo (pues yo lo sabía), no terminaba de sentirme del todo bien así que pensé que algo debía estar haciendo mal, o quizá no del todo correctamente. Y seguí investigando… y entonces un buen día me encontré leyendo un artículo sobre candidiasis intestinal, en el que se hablaba además de otro padecimiento muy relacionado con ésta, el síndrome de intestino permeable, y tras leer el listado de síntomas más comunes relacionados con el SIP, de algún modo vi la luz; me di cuenta de que esto, probablemente, llevaba también en mí por mucho tiempo, y de que nunca iba a poder curar mi candidiasis si no lo tenía en cuenta; entendí que a través de estas “perforaciones” en mi intestino, estaban entrando en mi torrente sanguíneo muchos elementos que nunca deberían haber traspasado esa “barrera”, y que esto era la causa de muchos otros problemas.
Al mismo tiempo apareció en mi camino “La paradoja vegetal”, del Dr. Steven R. Gundry, e hice uno de mis mayores descubrimientos hasta la fecha. Párrafos atrás hice mención a que en la actualidad no como muchos de los alimentos que antes consideraba saludables. Pues he aquí la clave, nunca habría pensado que tantos de aquellos alimentos me estaban perjudicando: los peligros ocultos en los alimentos <<saludables>> que provocan enfermedades y ganancia de peso, así subtitula Gundry su libro, y con él descubrí que las “culpables” de casi todo eran y son: las lectinas.
Calabacines y calabazas, semillas de éstas, de girasol, chía, cereales y pseudocereales en general, incluido mi adorado trigo sarraceno, del que para ser sincera ya sospechaba algo no muy bueno desde hacía algún tiempo, legumbres, solanáceas, pepinos, melones y otras frutas, algunos frutos secos como los anacardos, cacahuetes (que son realmente legumbres) y muchos otros alimentos, contienen estas perjudiciales lectinas causantes en gran medida del ya mencionado síndrome de intestino permeable y muchos otros problemas, como enfermedades autoinmunes, cardiopatías o enfermedades neurodegenerativas. Las lectinas, un grupo de proteínas contenidas en las plantas, no son más que un mecanismo de defensa de las mismas. Una planta hará todo cuanto sea posible para mantener sus semillas, su descendencia, alejadas de la boca de sus predadores […], las lectinas atacan a los animales que osan comerlas, haciendo literalmente que mueran o, al menos que experimenten un considerable malestar. En caso de que sobrevivan al encuentro inicial con la planta que contiene las lectinas, los insectos y otros animales aprenden rápidamente que no deben comer cualquier planta (o sus semillas) que les perjudique o afecte a su desarrollo. ¿Por qué insistiremos los humanos en comer cosas que nos sientan mal?, ¿desconexión de la naturaleza quizá?, me tomo un medicamento para paliar los efectos del atracón y listo…, pues no, no listo, más bien tonto. El medicamento parcheará momentáneamente ese efecto de malestar pero, además de causarte otros problemas, no anulará su efecto, y cada vez que te empeñes en consumir de nuevo el alimento que ya sabes te sienta mal, éste continuará causando estragos en tu organismo, ¿de verdad los racionales somos nosotros?
Pues sí, las lectinas, manda carallo… aunque también debes saber que hay lectinas “buenas”, como las de los ajos, los espárragos, o los aguacates… ¡¡gracias!!
El libro de Gundry es hasta la fecha, al menos en castellano, el único con información verdaderamente relevante sobre este tema, o al menos es el único que yo he encontrado. Tampoco hay demasiada información en internet, aunque poco a poco parece ir apareciendo algo. Este doctor propone y desarrolla en su libro, un protocolo terapéutico que desintoxica las células, regenera el tubo digestivo y nutre el cuerpo; y desde luego, yo noté sus efectos, por primera vez en todo aquel tiempo, sentí de verdad que el “final” estaba cerca. La mayoría de los síntomas que todavía tenía remitieron a lo largo de las semanas siguientes, algo estaba cambiando, estaba segura, y debía tener que ver con las dichosas lectinas. No es que siguiese el plan propuesto al dedillo, pues había determinados alimentos “permitidos” que para mí no lo estaban (para no alimentar a “mis cándidas”), pero puse en práctica gran parte de sus consejos y todo mejoró.
Quinoa, trigo sarraceno, calabacines, pipas de girasol y calabaza,… hube de dejar de comer muchos de aquellos alimentos que había introducido anteriormente como “saludables” sustitutos de los que comía mucho tiempo atrás, y por supuesto y definitivamente, hube de dejar el pan, tome la decisión que tanto había estado posponiendo, y no resultó tan grave como hubiera podido imaginarme; si es que todo está en nuestra mente, somos creadores de “problemas”, pero este es otro tema…
En los últimos tiempos también estaba consumiendo un probiótico de calidad, tan importante para mantener una sana flora intestinal; investigué bastante sobre ellos y me decanté por un simbiótico (que incluye también prebióticos que alimentan a los probióticos). Además di con un suplemento muy apropiado para tratar el síndrome de intestino permeable y lo consumí durante alrededor de tres meses. Creo que todo esto contribuyó también de forma importante a mi recuperación.
He de aclarar que, a la par de este cambio, comencé con un proceso de limpieza hepática que llevaba tiempo queriendo llevar a cabo, y que por unas cosas u otras también había estado posponiendo. Creo que constituyó una parte enorme de toda la mejoría que sentí pues, según se sucedían los meses y con cada limpieza, mejoraba también con respecto a otras molestias, que habían estado conmigo durante casi toda la vida; por poner un ejemplo, ya he mencionado anteriormente cual era la magnitud del dolor de mis menstruaciones, pues bien, éste fue aminorando hasta unos niveles que nunca había creído posibles de manera natural. Si deseas más información sobre la limpieza hepática, aunque hay otros manuales, te recomiendo uno que simplifica bastante el proceso: “Guía para limpiar el hígado, la vesícula y los riñones” de Carlos de Vilanova, autor del blog http://lalimpiezahepatica.blogspot.com/.
Llegados a este punto, mi interés por seguir aprendiendo sobre estos y muchos otros temas relacionados con la nutrición y la salud, estaba más que claro. Siempre me encontraba buscando información que me llevaba a otro tipo de datos, relacionados o no con mi primera búsqueda, y así he pasado horas frente al ordenador, de una página a otra, libretas llenas de apuntes, archivos de texto, libros,… un no parar de “absorber” y almacenar que no pretendo dejar. Por eso empezó a rondarme la posibilidad de hacer de esto mi profesión. Si realmente había evolucionado tanto a todos los niveles (aquí sólo menciono una pequeña parte de éstos, pues necesitaría escribir un libro y no es mi intención contaros toda mi vida…), podría ayudar a otras personas a realizar cambios para mejorar su salud a través de la alimentación y otros hábitos saludables. Nunca he sentido vocación de nada, nunca he sabido a qué quería dedicarme profesionalmente, he estado dando tumbos en el mundo laboral desde que éste empezó para mí, creo que al fin he encontrado algo que realmente me interesa, y por eso creo que puedo, qué mejor que ayudar a otras personas a “sanar”…
Así que empecé a estudiar también oficialmente, pues a veces, dependiendo de a qué pretendas dedicarte, las titulaciones pueden ser necesarias o recomendables para ejercer legalmente. Y lo hice, me titulé, y una vez hecho, aparté los estudios “oficiales” y continué con los estudios “reales”, con los que continúo hoy día.
Y me topé con el Dr. Mercola, otro naturópata americano que me aclaró muchísimas cosas y lo sigue haciendo; este hombre tiene artículos sobre casi todo lo relacionado con la salud, además de libros interesantísimos y un sistema basado en “La dieta metabólica” de William Wolcott y Trish Fahey, pero mejorado a lo largo de años de investigación y experiencia profesional. No se corta a la hora de dar información reveladora sobre como un “sistema” movido por intereses económicos principalmente, se dedica a enfermarnos en vez de intentar mantenernos sanos. Considero muy recomendable seguir a este doctor, pues se puede aprender mucho leyéndolo. Además, tras haber puesto en práctica gran parte de su sistema nutricional, no todo, pues me parece fundamental tener en cuenta a nuestras “adoradas” lectinas entre otros aspectos, creo haber dado al fin con el sistema de alimentación más adecuado.
Por eso en la actualidad me dedico, entre otras cosas, a elaborar mi propio programa nutricional, basado en todo lo aprendido a través de estos años, con las experiencias y prácticas sobre mí misma, con la información de libros, artículos, blogs, webs,… con la ayuda de tantas y tantos maestros a los que estoy totalmente agradecida por tanta dedicación y generosidad, al compartir tan valiosas informaciones que nos permiten seguir avanzando en el camino del aprendizaje para la salud y la vida plena. Entre estas maestras y maestros no sólo hay doctores, que quizá por el tema en el que me he centrado son los más nombrados, también hay muchos otr@s profesionales, y no profesionales, que me han ayudado a otros niveles, no sólo físicos sino también emocionales y mentales, de crucial importancia para cualquier proceso de transformación y recuperación de la salud; ya habrá tiempo de ir nombrando a todas estas maravillosas personas.
Hoy por hoy tengo claro, que el cambio que tod@s deberíamos hacer ha de ser global y progresivo. Cualquier paso que des estará muy bien, uno viene detrás de otro, pero no debes pararte. No es suficiente con caminar un poquito, hay que seguir caminando. Alimentación y nutrición, ejercicio, consumo orgánico (alimentario y cosmético), medicina natural, relajación y meditación, salud emocional, espiritual, reconexión con la naturaleza, con la madre tierra, con nuestros instintos,… todos son pasos muy necesarios, tienes mucha vida por delante para ir descubriendo cantidad de cosas con respecto a cada uno de ellos, pasarás por distintos niveles en tu evolución, no importa lo que tardes porque ésta no tiene fin, sólo sigue adelante, ese es el camino.
Nadie puede sanarte, nadie puede hacerlo si no te haces consciente y responsable de ti mism@. Podrán recomendarte suplementos, hierbas, alimentos, dietas, ejercicios y técnicas de todo tipo, pero aun siendo muy buenas posibles candidatas para poner en práctica, si tú no te haces consciente de la importancia de tu salud, de respetar tu cuerpo y tu mente, de que sólo tienes uno y de que debes cuidarlo en la medida de lo posible para desempeñar tu propósito de vida, si no te haces totalmente responsable, ninguna de ellas surtirá verdadero efecto. Lo cierto es que podemos cambiar cosas con respecto a nuestro estilo de vida, y como decíamos antes, siempre hay que empezar por algo, pero no debemos estancarnos, continúa avanzando en esa evolución, sigue haciendo cambios, cada día, dedícate tiempo y no pongas excusas, porque si quieres, puedes hacerlo, tod@s podemos, no dejes que nadie, incluid@ tu mism@, te haga creer lo contrario.
Seguro me quedan cosas importantes por nombrar, pero he tenido que hacer memoria de muchas experiencias que han pasado hace bastante tiempo y la cabeza ya no es la que era. Al fin creo que la idea que quiero mostrar está más o menos presente, y todo lo que haya de surgir, estará a disposición posteriormente en artículos más concretos.
Si has llegado hasta aquí, muchas gracias, y si no, pues también, ¡gracias!